¿Será posible la vuelta al cole?

Para abrir de nuevo las aulas hay que tener bajo control la transmisión comunitaria del virus

“Con las condiciones actuales, abriremos las escuelas con la máxima normalidad posible”

 

Es, seguramente, la cuestión que más preocupa ahora mismo a los padres: ¿abrirán las escuelas? ¿podrán volver los niños al colegio? Esta semana el Conseller d’ensenyament, Josep Bargalló, aseguró que el curso comenzaría en septiembre con “absoluta seguridad”, una afirmación que contrasta con los datos de rebrotes y contagios en marcha en Lleida, el Segrià y el área metropolitana de Barcelona, zonas que arrojan cifras de transmisión comunitaria similares a las que llevaron al cierre de los centros escolares en marzo. ¿Por qué ahora debería ser diferente?

La respuesta a esa pregunta tendría que ser porque algo hemos aprendido tras medio año de convivencia con la pandemia. Conocemos más del SARS-CoV-2: sabemos cómo se contagia principalmente y sabemos cómo podemos evitar ese contagio. Y eso debería permitir, junto a los datos de impacto social y económico del confinamiento y el cierre de las aulas, analizar el riesgo-beneficio que supone abrir de nuevo los centros educativos.

En esa ecuación hay que contemplar dos cuestiones: la de por qué deben volver los menores a la escuela y el instituto; y la de si, dadas las circunstancias actuales, deben o no hacerlo y cómo garantizar que sea una vuelta segura para todos, alumnado, profesorado y resto de personal de los centros.

Para la primera cuestión, en un artículo publicado esta semana en la revista New England Journal of Medicine, expertos en salud pública y educación de la Universidad de Harvard (EE.UU.) y de Saint Andrews (Reino Unido) reclamaban que la reapertura de las aulas de forma segura debía ser una prioridad nacional. Alegaban que la escuela, presencial, desempeña un papel clave de educación y socialización, sobre todo para los más pequeños, y que privarlos de ella les impide acceder a los beneficios esenciales de desarrollo, sociales y de educación que comporta la escolarización, lo que exacerba las desigualdades, las injusticias raciales y socioeconómicas.

La segunda cuestión es mucho más compleja y requiere analizar la ciencia hasta el momento del SARS-CoV-2: cómo se contagia, quién lo contagia y cuál es la actual situación epidemiológica. La vía principal de transmisión son las gotas respiratorias que expelemos al respirar, estornudar, toser, reír, cantar, que pueden, bien sea de forma directa o indirecta (cuando tocamos una superficie contaminada y luego nos llevamos la mano a la cara) entrar al organismo a través de las mucosas. Una vía secundaria de transmisión son los aerosoles, partículas más finas que pueden permanecer durante mayor tiempo en el aire en sitios cerrados. De ahí que las medidas de prevención sean distancia social, higiene respiratoria y de manos, mascarilla y ventilación de los espacios.

Sobre si los niños son o no transmisores del coronavirus aún no hay una respuesta clara. Juanjo García, jefe de pediatría del Hospital Sant Joan de Déu Barcelona afirma que, tal y como han comprobado en la primera parte del estudio Kids Corona, “se contagian de Covid en porcentajes similares a los de los adultos”, aunque desde un punto de vista clínico, la mayoría pasan la enfermedad de forma leve o asintomática y sólo un 2% desarrolla formas graves.

Aunque la evidencia científica por el momento es limitada, parece haber un factor edad relevante: por debajo de los 10 años, los niños parecen infectarse menos que los adultos y los adolescentes. También contagiar menos. Un estudio reciente con 65.000 personas realizado en Corea del Sur y publicado en Emerging Infectious Diseases halló que precisamente por debajo de los 10 años la probabilidad de que un niño transmitiera el virus era un 50% menor que la de un adulto.

“Saber si son o no transmisores y en qué grado nos permitirá evaluar el riesgo que supone para ellos y los profesores abrir aulas. Por el momento, los datos preliminares indican que son peores transmisores, pero hace falta comprobarlo”, señala Quique Bassat, pediatra de Sant Joan de Déu e investigador Icrea en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Precisamente, el estudio que ha llevado a cabo este hospital durante el mes de julio en casales, en que han seguido a 1.700 niños de entre 3 y 15 años, pretende aportar conocimiento científico sobre esta cuestión. Está previsto que presenten resultados a comienzos de septiembre, con “el objetivo de guiar cómo debe ser la vuelta al colegio”, señala García.

Si se demuestra que hay un umbral a partir del cual los menores comienzan a comportarse como adultos por lo que respecta a transmisión, se podrían establecer protocolos de seguridad distintos para primaria y secundaria.

En cualquier caso, los expertos señalan que habrá transmisión del virus y que el virus entrará en las escuelas e institutos, por lo que hay que incluirla en los planes de apertura para estar preparados cuando aparezcan infecciones. Algunos países, como Dinamarca, Finlandia, Alemania, Holanda, Bélgica, Taiwán, Singapur, han logrado abrir con éxito las escuelas. Otros, como China, Israel o Corea del Sur, las han tenido que volver a cerrar. Y la diferencia principal entre unos y otros era tener o no el virus bajo control en la comunidad antes de reabrir.

“Ahora mismo, en Lleida la situación es como en marzo o peor. Barcelona está llegando, como Zaragoza y Navarra. Habrá que ver qué pasa, si logramos que baje, porque si el 15 de septiembre estamos aún en zona roja, no es recomendable reabrir las escuelas”, apunta Enric Álvarez, investigador del Grupo de Biología Computacional y Sistemas Complejos (BIOCOM-SC) de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC).

Para Clara Prats, investigadora de este mismo grupo, “habrá que analizar población por población y si alguna está en un estado especialmente comprometido, tal vez esperar un poco para reabrir escuelas”. La clave, insiste, es llegar a septiembre con una incidencia baja, que haya pocos casos, que se puedan vigilar, seguir y cortar cadenas de contagio. Y, por supuesto, abrir escuelas con protocolos estrictos de seguridad. Bassat, que formó parte del comité de expertos de la Sociedad Española de Pediatría que elaboró el documento de recomendaciones para abrir escuelas en junio, resume: grupos “burbujas” pequeños, formados por 10 alumnos y profesor, que no se mezclen con otros grupos, porque eso, de haber algún positivo, permitiría la trazabilidad de los contactos y evitaría cerrar toda la escuela.

“Los grupos burbuja, si se hacen bien, permiten asumir ciertos riesgos, como reemplazar la distancia física y la mascarilla. Pero tiene que haber responsabilidad colectiva, no enviar al niño al cole con un ibuprofeno si tiene síntomas, como se ha visto en algún casal, porque eso puede desestabilizar la escuela”, señala Bassat. Las entradas y salidas del centro deben ser escalonadas, para evitar aglomeraciones de padres y niños. Y claro, mucha higiene de manos y ventilación en el aula.

El caso de los institutos es más complejo. Los expertos consideran que, además de las anteriores recomendaciones, los adolescentes sí deberían llevar mascarilla en clase e intentar no mezclarse con otros grupos, ni dentro ni fuera de las aulas.

“A todos nos gustaría saber qué va a pasar mañana, pero en situaciones de pandemia como la actual nos toca reaccionar sobre la marcha. Quizás en septiembre no se pueda reabrir en algunas zonas de Catalunya y se haga en octubre. Quizás habrá brotes en los próximos meses y habrá que ir abriendo y cerrando escuelas durante 15 días o, si se hacen bien las cosas, podremos enviar a casa solo a los grupos con contagios”, considera Prats, que pone sobre la mesa la que es, seguramente, la cuestión clave para las familias: ante la situación que está por venir, “hace falta un plan de contingencia para saber qué pasará a con los padres cuando esos niños no puedan ir a la escuela y no se los pueda enviar con los abuelos”.

Fuente: LA VANGUARDIA